diumenge, 26 de maig del 2019

Sobre la belleza


 Sobre la belleza
El meu article a Homonosapiens SOBRE LA BELLESA i la reivindicació de exercitar la contemplació per a poder trencar la uniformitat d'una falsa bellesa que comprem a cops de talonari. L'enllaç original ho podeu trobar aquí. El text és el següent:

Theodor Adorno inicia su obra la Teoría Estética de este modo: “Ha llegado a ser evidente que nada referente al arte es evidente: ni en él mismo, ni en su relación con la totalidad, ni siquiera en su derecho a la existencia”. A partir de sus palabras -aunque hayan pasado 50 años desde su publicación- se puede poner en contexto el concepto de belleza en la actualidad. Es cierto que la belleza, siguiendo la crítica de Adorno al arte, se ha visto desvirtuada -no tan sólo en el ámbito artístico- por parámetros capitalistas, perdiendo su autonomía para convertirse en mercancía y, también resulta evidente, que su propia rentabilidad pone en peligro hasta su propia existencia. Además, la experiencia y el anhelo de contemplar la belleza en sí misma también se ha visto alterada -por no decir que está en peligro de extinción-, puesto que se hace menos frecuente aquella experiencia a través de la cual entramos en contacto con una dimensión esencial y profunda de nuestro ser. La belleza, por tanto, en muchos casos, ha dejado de ser bella porque sigue una finalidad, sea la de producir dinero o la de complacer a otros, no por quienes somos sino más bien por lo que deberíamos ser. Esto viene determinado en muchas ocasiones por las empresas y el mercado. Nos volvemos con ello heterónomos, es decir dependientes de una marca y de una imagen, que no son más que un débil reflejo, una imagen esperpéntica de la belleza -de la no belleza-, que nos convierte en esclavos de apariencias que nos alejan de nuestra identidad.
En esta idea de belleza vacía de belleza -que es superficial, estéril y heterónoma- devenimos sujetos pasivos, faltos de libertad y poco creativos. Buscamos con ansiedad poseer y retener la belleza a golpe de talonario, sin comprender que ya somos belleza esencialmente. No hay nada más ilusorio que pensar que podemos comprar la belleza, cuando lo que en realidad nos sucede es que estamos atados de manos y pies, en una caverna al modo platónico, sin poder ver que la auténtica belleza reside en nosotros mismos. De este modo, vivimos en continua guerra contra el tiempo porque no queremos que se desvanezca la belleza de nuestra juventud, ni que se marchiten las flores de nuestro jarrón, cuando es precisamente en ese transcurrir del tiempo donde se halla el misterio de la existencia y su belleza. La auténtica belleza es atemporal y, en su misma contemplación vivimos en el instante esa experiencia sublime de que podemos existir más allá de la temporalidad: tenemos la impresión de que el mundo se ha detenido y de que se ha borrado toda separación entre yo y el mundo.
Frente a una belleza enlatada y producida en serie, la filosofía reivindica la experiencia contemplativa de la belleza, que remite a una experiencia del SER, que resulta ser transformadora porque nos abre al mundo desde un sentir que emerge de nuestra interioridad más profunda y radical. Supone, pues, un antídoto y un acto revolucionario porque implica una pausa o una acción de detenerse ante la aceleración del tiempo que no para de correr. La contemplación nos lleva a otro lugar porque nos conecta con lo que ya somos: la belleza de nuestro ser es la belleza que hace bellas a las cosas bellas. Pero, veamos, un poco más en detalle lo que se entiende por contemplación. El término contemplación proviene del vocablo latino contemplatio, que deriva de contemplum, una plataforma situada delante de los templos paganos, desde la cual los servidores del culto escrutaban el firmamento para conocer los designios de los dioses. De contemplum procede asimismo el término latino contemplari: «mirar lejos» y fue utilizado en la antigüedad para traducir la palabra griega theoría, «contemplación». Contemplar es, pues, una experiencia del Ser que implica una mirada atenta, profunda y detenida sin juicio. Mónica Cavallé nos clarifica esta idea a través de las siguientes palabras: “La contemplación era, además, un conocimiento experiencial: conocer el Ser era ser el Ser. Contemplar era tornarse uno con lo contemplado”. En el tema que nos ocupa, la contemplación de la belleza es una experiencia que aspira a la “visión” y el contacto con la belleza, una vivencia en la que subyace una capacidad para ser conmovidos y afectados y, que posibilita una modificación de nivel de conciencia y de transformación. Cabe subrayar que esta concepción de vida contemplativa queda paulatinamente relegada por una concepción de la filosofía entendida como discurso teórico fruto de una actividad estrictamente intelectual. Hecho que comporta un empobrecimiento y alejamiento de la experiencia de ser belleza porque es absolutamente vano intentarlo desde una serie de teorías o discursos, ni tampoco desde los distintos estándares fabricados que la sociedad de consumo nos ofrece. En sus palabras, en El arte de Ser, Mónica Cavallé lo expresa de la siguiente manera:
“De modo que, si bien la cultura dota en cierta medida de contenido a estas nociones, no es la cultura la que crea en nosotros la aspiración al bien, a la belleza o la verdad, ni la capacidad de conmovernos ante un acto bueno, ante una realidad bella, ante la congruencia inapelable de la verdad. Paradójicamente, al tratarse de una luz que es siempre más originaria que cualquier contenido de conciencia particular, es un criterio que no se puede aferrar, compendiarse en una serie de juicios. Lo que nos pone directamente en contacto con la dimensión más profunda y significativa de lo real no son los procesos ni los contenidos mentales, tampoco las emociones (que son ecos de los movimientos mentales), sino un sentir que es algo así como el tacto, el gusto o la vista de lo profundo en nosotros”.
En este sentido también encontramos en Byung-Chul Han en su obra Filosofía del budismo Zen, en el capítulo donde trata el concepto de vacío en el budismo encontramos una referencia sugerente de lo que es la contemplación:
«El vacío “vacía” al que mira en lo mirado. Se ejercita un ver que en cierto modo es objetivo, que se hace objeto, un ver “amistoso” que deja ser. Hay que considerar el agua tal como el agua ve agua”. Una contemplación perfecta se produciría por el hecho de quien contempla se hiciera “acuoso”.
También dice:
“El asno ve en las fuentes y las fuentes ven el asno. El pájaro mira la flor y la flor mira al pájaro. Todo esto es la “concentración en el despertar”. La esencia ejerce su fuera esenciante en todo lo presente, y todo ser presente aparece en la esencia una”.
En otra parte del libro expresa:
“Contemplar el paisaje de modo exhaustivo significa hundirse en él apartando la mirada de sí mismo. El que contempla no tiene aquí el paisaje como un objeto que está frente a él. Más bien, el contemplativo se funde con el objeto”.
En esta idea de tornarse uno con lo contemplado y de fundirse con el objeto, subyace la idea de que la belleza que reside en todos los cuerpos es una e idéntica. Aquí en este punto resulta necesario hacer una referencia a Platón, cuando expresa de forma magistral el camino para llegar a la visión de la belleza. Su definición de belleza radica en mostrar que la belleza es el resplandor de la idea en la cosa. Es «presencia», aparecer de la presencia misma de la idea en la cosa misma. Las cosas son bellas porque nos transportan fuera de lo inmediato y material, a través de ese resplandor de la idea en lo material. A través de ese impulso de deseo de lo bello (Eros) ascendemos desde las cosas materiales hasta la idea misma de belleza, por lo que se hace visible a los ojos del alma. En su obra El Banquete muestra esta idea:
“En efecto, si es preciso buscar la belleza en general, sería una gran locura no creer que la belleza, que reside en todos los cuerpos, es una e idéntica. Una vez penetrado de este pensamiento, nuestro hombre debe mostrarse amante de todos los cuerpos bellos, y despojarse, como de una despreciable pequeñez, de toda pasión que se reconcentre sobre uno sólo. […] Siguiendo así, se verá necesariamente conducido a contemplar la belleza que se encuentra en las acciones de los hombres y en las leyes, a ver que esta belleza por todas partes es idéntica a sí misma, y hacer por consiguiente poco caso de la belleza corporal. De las acciones de los hombres deberá pasar a las ciencias para contemplar en ellas la belleza; y entonces, teniendo una idea más amplia de lo bello, no se verá encadenado como un esclavo en el estrecho amor de la belleza de un joven, de un hombre o de una sola acción, sino que lanzado en el océano de la belleza, y extendiendo sus miradas sobre este espectáculo, producirá con inagotable fecundidad los discursos y pensamientos más grandes de la filosofía, hasta que, asegurado y engrandecido su espíritu por esta sublime contemplación, sólo perciba una ciencia, la de lo bello. «
Para acabar, cabe decir que la contemplación se puede cultivar a través de la práctica. Es tan sólo a través de una experiencia que ejercitamos de forma continua cuando puede transformarse una mirada atrapada en la prisión egótica, a una mirada más lúcida, profunda y fecunda. Platón acaba de darnos algunas indicaciones de cómo, siguiendo el anhelo y amor que reside en nosotros mismos de aspiración de la belleza y, también, a través de la contemplación, podemos “engrandecer nuestro espíritu”, elevarnos hacia el pensamiento puro y amor de la belleza y la verdad. Añado, de la mano de Consuelo Martín, unas indicaciones, que en la línea de Platón, añaden un matiz, quizás más práctico y accesible para iniciarse en una vida contemplativa. Os dejo, pues, con sus palabras y con todo mi deseo de que puedan servir para este fin:
“La contemplación implica desdibujar y volver a dibujar de nuevo una realidad, que ya no busca fuera de nosotros lo que ya somos, sino que implica ser a la vez lo contemplado, que es lo que profundamente somos. Cuando reconoces la belleza en una flor sumérgete en la belleza misma. Desde el objeto donde la has reconocido por tu sensibilidad, gírate hacia la belleza misma y quédate en ese estado. Sólo queda esa hermosura que es el reflejo de lo divino en lo manifestado. El reflejo que te lleva al origen. Tú no eres alguien que añora la belleza de una flor. Eres belleza. Contempla esa belleza que eres. Contempla la perfección que añoras. No intentes atraparla. Sólo dedícate a contemplarla”.

divendres, 22 de febrer del 2019

Sobre la confianza

Esta vez escribo en la revista Homonosapiens sobre la confianza, brújula de nuestro pensar y sentir, que nos orienta, sin duda, a la vida buena. El artículo original está aquí
Sobre la confianza
¡Oh mundo, todo cuanto se adecua a ti se adecua a mí! Nada sucede para mí demasiado pronto ni demasiado tarde siempre que sucede a tiempo para ti. Oh naturaleza, cualquier cosa que tus estaciones proporcionen será fructífera. Todo de ti, todo en ti, todo para ti.
                                                                                                                                            Marco Aurelio, Meditaciones
Entre todas las acepciones que existen sobre el concepto de confianza, me centraré en la que apela a una disposición o actitud a creer, tener fe y rendirse a lo que uno es en sí mismo que, a su vez, converge en la actitud de vivir conforme a la Razón. En palabras de Pierre Hadot en Ejercicios espirituales y filosofía antigua, al hilo de la anterior cita de Marco Aurelio, que influye a Jules Michelet, esto quiere decir lo siguiente:
Vivir conforme a la Razón supone por lo tanto reconocer que aquello que sucede “a tiempo” para el mundo sucede también a tiempo para nosotros mismos, que eso que “armoniza” con el mundo “armoniza” con nosotros mismos”, que el ritmo del mundo debe ser nuestro mundo. De este modo tal como Marco Aurelio repite por doquier, “amaremos” todo cuando el mundo “ama” crear, estaremos en armonía con la armonía de la propia naturaleza.
Desde esta perspectiva, por tanto, nos alejamos de una “falsa” concepción de la confianza que esté en relación a cumplir unas expectativas, es decir, de un apego a cómo deberían ser las cosas, el mundo y nosotros mismos, que no sería más que una expresión de nuestros propios límites a la hora de aceptar la realidad tal como es. La confianza va más allá de teorías, de los resultados y de exigencias ficticias porque está vinculada a la expresión de nuestra propia singularidad que no se deja coartar, ningunear o anular por otras voces propias, con las que nos hemos identificado, o con otras ajenas, que pensamos nos proporcionan seguridad. De hecho, en cuanto más nos apoyamos en los demás buscando seguridad, más alejados estamos de lo que es en realidad la confianza. Se trata, pues, de discernir, atender y confiar en nuestra propia, auténtica y profunda voz que surge de quién yo soy realmente. Atendiendo a esta concepción, la confianza es clave en la vía de llegar a nuestra plenitud como personas. Según R. W. Emerson en su libro La confianza en sí mismo:
La mayoría de las veces no nos expresamos más que a medias. Parece que nos avergonzamos de la idea divina que cada uno de nosotros representa. Y, sin embargo, debemos descansar en ella con seguridad, como en una cosa que está proporcionada a nuestras fuerzas y que nos lleva a un éxito seguro, con la sola condición de ser fielmente interpretada.
En nuestra vida cotidiana se suelen dar actitudes que van en contra de esa intuición básica que han recogido muchas de las tradiciones filosóficas y espirituales a lo largo de la historia. Es importante matizar que la desconexión de nuestra confianza en nosotros mismos, en los demás y en la realidad, se produce por la identificación con ciertos juicios y creencias limitadas. Algunas de ellas son muy poco consistentes, pero parecen estar plenamente asumidas por muchos de nosotros. Por ejemplo, creemos, en muchos casos, que la desconfianza es beneficiosa porque nos protege del peligro. Evitamos personas que creemos dañinas, nos alejamos de un mundo que interpretamos como hostil, e incluso desconfiamos de nosotros mismos, de nuestras cualidades y potenciales, cuando nos identificamos como seres malos, nocivos, inexpertos, torpes, etcétera. Pensamos que, de esta manera, entre otras consecuencias, nos ahorramos padecer un terrible sufrimiento. Pero, lo cierto es que, de este modo, estamos muy lejos de evitarlo porque es precisamente esta creencia limitada, que está operativa en nuestra vida, la que nos proporciona más sufrimiento.
En relación con lo dicho anteriormente, recurriré a otro ejemplo que señala las limitaciones y riesgos de la asunción acrítica de la idea de que la desconfianza es buena. En esta ocasión recurro al refranero popular. A todos nos han dicho alguna vez:  “Mejor malo conocido que bueno por conocer”. Bajo esta expresión descansa una creencia nefasta que no nos permite explorar en nuevos territorios, ámbitos y relaciones. En realidad, nos deja anclados en la inmovilidad de un presente –en el que paradójicamente no estamos presentes- e inmersos en un mar de resignación, que obstaculiza o frena un avance hacia otros lares. Se hace necesario, en este contexto, distinguir la desconfianza de la prudencia, siendo ésta última una buena y muy necesaria cualidad que nos protege del peligro y de vivir de forma temeraria. Ya decía Aristóteles en La moral a Nicómano que la prudencia debe “contribuir a la virtud y la felicidad humana”. En sus propias palabras:
Es necesario reconocer, que la prudencia es esta cualidad que, guiada por la verdad y por la razón, determina nuestra conducta con respecto a las cosas que pueden ser buenas para el hombre.
De lo que se trata, en este contexto, por tanto, es de reconocer como perniciosa la desconfianza cuando se trata de una reacción que va en contra de la vida. Es fácilmente reconocible esta actitud de resentimiento vital, en las actitudes de inmovilismo y de apego a ciertas cosas, personas y situaciones, que no es otra cosa que la falta de aceptación de que la vida es lo que es, ni buena ni mala, sino que simplemente es. Evidentemente, aquí no hablamos de una desconfianza o sospecha que responde a una intuición genuina de nuestra propio criterio e inteligencia, que se plasma en una vía indagación, de mayor comprensión, clarificación, y que se vincula a una actitud filosófica de amor a la verdad. Es decir, que cierta sospecha y desconfianza en lo que nos dicen, porque no acaba de encajar, cuadrar, con lo que nuestra intuición, inteligencia y experiencia, es signo de confianza en nuestro propio criterio y, es de hecho, uno de los motores de avance social, humano y cultural. La relación de la confianza -con uno mismo, los demás y la vida- está muy bien vista por Marina Garcés en Filosofía inacabada a través de esta cita:
¿Por qué nos confiamos a otros para pensar juntos lo que cada uno debe pensar por sí mismo? No hay filosofía que valga para uno solo. Pero no hay filosofía que no deba ser pensada y repensada por cada cual. Hacer filosofía es confiar en que todos podemos pensar por igual pero que nunca pensaremos todos igual. Es confiar en que las razones que sostienen una idea no son ocurrencias personales sino necesidades colectivas que pueden ser también revisadas colectivamente. Y es confiar en que sólo desde esta confianza puede librarse un verdadero combate del pensamiento contra todo lo que no nos deja pensar ni, por tanto, vivir.
¿Cómo podemos ver el grado de desconfianza con el que vivimos nuestra vida? Se muestra, de una forma muy clara, en el miedo que tenemos de vivir y de relacionarnos con lo desconocido. Si nos preguntamos en qué medida tememos lo nuevo y los cambios, podemos visualizar el grado de desconfianza que impera en nuestra vida. ¿Nos negamos a dejar nuestro trabajo cuando caemos en el abatimiento? ¿Nos resignamos a acabar una relación insatisfactoria? ¿Llevamos mal el paso del tiempo, por ejemplo, dejar atrás nuestra juventud? Si la respuesta es afirmativa, denota ese horror vacui insuflado por el miedo a caer en el abismo de la desconfianza y del sufrimiento, de que nada bueno puede pasarnos. La confianza, todo lo contrario, es aventurarse a vivir lo desconocido con la más firme convicción de que nada malo nos va a suceder porque nos mantenemos firmes y lúcidos en una vida que es siempre fluctuación, cambio e impermanencia. Esta vez, doy paso a Mónica Cavallé en La sabiduría recobrada:
El gozo de vivir radica en gran medida en el permanente asombro que acompaña a ese surgimiento, a la expresión de esa obra de arte que es nuestra vida y que no sabemos de antemano, como sucede en toda verdadera creación, cuál va a ser su forma acabada. Ser veraz supone vivir en una constante aventura. El yo superficial no se aventura; no se maravilla ni se sorprende, solo planifica; no se renueva, se repite a sí mismo ad nauseam.
Cuando uno se instala en la confianza de sí mismo, los miedos desaparecen y desvanecen los recelos, dejando paso, a una radical libertad, en la que cada uno de nosotros, se sitúa en lo que somos profunda y honestamente, que confía en nuestro propio criterio, que ya no reside en valoraciones ajenas, discursos teóricos, ni en expectativas. Es aquí donde brillamos y, por tanto, nuestra luz emerge. Nos sentimos en plenitud y amos de nuestra propia vida. Esto es clave, pues reside en no poner la confianza en otro sitio que no sea el de uno mismo. Si nuestra luz proviene de los demás no seremos más que un reflejo vano y dependiente de ellos. Solo la confianza nacida de una comprensión de nuestra propia naturaleza como seres con cualidades esenciales, nos permitirá asentir, que somos luz propia. Para acabar, dejo, de nuevo, a W. R. Emerson, que expresa esta idea:
En un principio compartimos nosotros la vida por lo que las cosas existen; luego vemos esas cosas en medio de la naturaleza como apariencias, y nos olvidamos de que hemos compartido su causa. He aquí la fuente y el origen de la acción y el pensamiento: los pulmones, cuya aspiración da salud al hombre; el manantial, que no podemos negar sin impiedad y ateísmo. Reposamos en el regazo de una vasta existencia, que nos hace receptores de su actividad y órganos de su verdad. Cuando discernimos la verdad y la justicia, no hacemos nada por nosotros mismos; nos limitamos a dar salida al resplandor de esta inteligencia. Si buscamos el origen de esto, si pretendemos espiar el alma-causa, todas nuestras filosofías son inútiles; lo único que podemos afirmar, es la presencia o la ausencia de esa luz.