Un nuevo artículo que trata Sobre la responsabilidad en la revista homonosapiens:
Sin responsabilidad resulta imposible tomar las riendas de nuestra vida y, de hecho, constituye la falta de ella uno de los mayores obstáculos para llegar a dueños y señores de lo que pensamos, hacemos y decimos. Obviamente, muchos de nuestros pensamientos, acciones y palabras se escapan a nuestro control porque se dan de forma mecánica e inconsciente. Pero, aunque en muchas ocasiones se nos «cuelan» algunos juicios, palabras y acciones que no hemos decidido por nosotros mismos, esto no significa que no seamos libres, ya que podemos hacernos conscientes, en mayor o menor medida, de lo que nos determina y adoptar una actitud hacia ello. Aquí es dónde radicaría nuestra identidad última, en cuanto ya no estamos en una posición de control, gestión o dominio de lo que pasa en nuestro interior y fuera de nosotros, sino en una posición de ver más claramente todo lo que sucede.
No se trata, por tanto, de entender la responsabilidad como «un hacer lo que uno quiera» sino de «querer que pase lo que me acontece«. La libertad, desde esta concepción no contempla si lo que nos pasa está determinado, ni tampoco si tenemos más o menos libertad externa: ¿Cuántas veces nos hemos sentido prisioneros de unas circunstancias que hemos elegido «libremente»? La responsabilidad no está, pues, relacionada con mi libertad externa sino con la reconciliación con la realidad. Spinoza en su obra Ética ilustra magistralmente esta idea:
«No nos esforzamos por nada, no queremos ni apetecemos ni deseamos ninguna otra cosa porque la juzguemos buena, sino al contrario, juzgamos que una cosa es buena porque tendemos hacia ella, la queremos, la apetecemos y la deseamos».
A través de este texto, vemos que la libertad consiste en comprender la necesidad existente entre causas y efectos del universo, incluidas las del cuerpo y la mente humana. De esta manera está unida la libertad con la necesidad, aunque parezca contradictorio, porque la libertad es conocimiento de la necesidad y comprensión de la realidad, bajo la luz de la razón y de nuestra sensibilidad más profunda que nos permite formar una idea clara y distinta de nuestros juicios erróneos. Con ello Spinoza no niega la libertad, sino que remite la libertad al conocimiento. Éstas son sus palabras en su obra Ética:
«Como la razón no exige nada que sea contrario a la naturaleza, exige, por consiguiente, que cada cual se ame a sí mismo, busque su utilidad propia -lo que realmente sea útil-, apetezca todo aquello que conduce realmente al hombre a una perfección mayor, y, en términos absolutos, que cada cual se esfuerce cuanto está en su mano para conservar su ser».
Es precisamente cuando el hombre comprende que no es libre cuando es libre. Así es como el conocimiento nos convierte en personas libres y por tanto responsables de nuestra vida. La virtud no es más que el esfuerzo por perseverar en el ser. ¿Qué significa perseverar en el ser? Es vivir de acuerdo con la verdad, en seguir ese anhelo interior de vivir en congruencia con la realidad y que nos lleva a vivir sin tener conflicto con ella. Sabemos que mucho de nuestro sufrimiento viene dado por no aceptar la realidad tal cómo es sino por pretender modificarla en cuanto no depende de nosotros. La responsabilidad «persevera en nuestro ser» en el momento que atendemos nuestras acciones asumiendo sus consecuencias y entendiendo en qué medida dependen de nosotros sus causas y efectos. Esto quiere decir que aceptamos nuestros errores y equivocaciones con una clara intención de aprender de éstos. La responsabilidad, por tanto, nos acerca indudablemente a la vida buena.
La responsabilidad, insisto, comporta una actitud en la que se da libertad de ser porque no me obstino en la idea de que las cosas deberían ser de una manera determinada. Aquí vale la pena rescatar a los estoicos, que al igual que Spinoza defienden que el mundo en su conjunto está sujeto a un determinismo, abren un margen a la libertad con la posibilidad de hacernos responsables en términos «de lo que depende de nosotros«. Resulta fundamental ver que esas acciones -las que dependen de mí- son asumidas por mí y no desplazo su desenvolvimiento y, por tanto, sus consecuencias a agentes externos, sean, el mundo, las circunstancias u otros. Somos los únicos seres que construyen representaciones y, por tanto, somos responsables de asumirlas como ciertas o no. Las falsas representaciones que asentimos como verdaderas son las que nos hacen esclavos y no libres. Dos son nuestras fuentes de esclavitud: los afectos (o pasiones) que inquietan sin cesar el alma, y las cosas exteriores. Epicteto dice:
«El principal quehacer en la vida es éste: distingue entre las cosas, sepáralas y dí: «Las cosas externas no dependen de mí, el albedrío depende de mí. ¿Dónde buscaré el bien y el mal? En lo interior, en lo mío”. Que en las cosas ajenas jamás hallarás ni bien ni mal, ni provecho ni daño, ni nada semejante.»
Responsabilizarse es poner claridad en lo que no confluye con nuestra libertad de ser, que es la ignorancia que obstaculiza el camino de ser. Resulta imprescindible descubrir que la libertad es una experiencia de ser, en la que vamos comprendiendo con más profundidad y radicalidad la realidad.
Otro factor imprescindible para vivir de forma responsable nuestra vida es el de distinguir entre responsabilidad y culpa. La diferencia más notoria es que en la culpa no hay aprendizaje sino una acusación o autoacusación de un suceso acontecido. Es decir, culpabilizar es señalar o señalarte como alguien que no hace las cosas bien y, de este modo, convertirse en un ser pequeño e insignificante que merece la reprobación, el castigo y la indiferencia. La culpa, por tanto, es el producto de un ego que se estanca en creencias limitadas. Por ejemplo, asumo que algo lo hice mal porque soy un desastre y nunca me doy cuenta de nada de lo que pasa alrededor. Ese relato me hunde en un estado de dolor porque me digo con reprobación que existe algo erróneo en mí que no me permite hacer las cosas bien. No me perdono ni mis equivocaciones ni mis errores por lo que la relación que tengo con lo que hago y conmigo mismo/a es conflictiva. A través de este ejemplo vemos dos elementos también imprescindibles a la hora de entender la responsabilidad que son la comprensión y el perdón. Cuando comprendo lo que ha pasado hay perdón de forma simultánea. Y la comprensión en este contexto no es un análisis mental de los efectos y las consecuencias de mis acciones erróneas, sino una visión más amplia de cómo vivo mi vida, en la que se da una reconciliación para poder ver más de lo que vemos. Asumimos la responsabilidad porque somos conscientes de nuestras equivocaciones, sin culpa y remordimiento, porque reconocemos nuestra ignorancia en nuestras decisiones y, eso nos lleva indudablemente a vivir con más verdad.
Sentirnos responsables, por tanto, se vincula a un acompañamiento de nuestro sentir más profundo. En el ámbito existencial puedo mirar las consecuencias de una mentira a un amigo, en el que obviamente, se da cierto dolor por ello. Aquí, pensar o reflexionar sobre ello, no nos va a aportar mucha luz en la comprensión de lo sucedido. Lo que nos va a aportar una mayor lucidez es dar paso a ese sentir el dolor por el mal generado, y eso nos va a conducir a una nueva comprensión de la situación. No estoy hablando de una apología del sufrimiento, sino de dar cabida a la responsabilidad, no sólo a las razones de nuestra equivocación sino también a cierta inteligencia de un sentir que nos atraviesa como seres humanos que somos. Una inteligencia que nos informa de lo que nos afecta, de cómo nos relacionamos con el mundo y de su sentido. Responsabilizarnos bebe de la fuente del amor que surge de uno mismo que no es distinto del amor al otro y al mundo. En la culpabilidad hay resentimiento, desprecio y odio a uno mismo y a los demás. El amor, pues, se entiende como el impulso a seguir con fidelidad nuestro propio camino hacia la plenitud que anhelamos y, en el que somos responsables en la medida que nos abrimos a ver. Por eso, como decía, la responsabilidad y la libertad caminan juntas de la mano cuando buscamos más verdad en nuestra vida. Simplemente eso, ver, atender y amar danzan juntas en un baile en el que la responsabilidad ya no es buscada ni intencionada, sino que es el acompañante de ese baile en el que cada uno de nosotros hace del mundo su propio hogar. Esta idea la muestra Josep María Esquirol en su obra Humano más humano«:
«…lo humano, de raíz, está más vinculado con la responsabilidad que con el dominio; que una civilización más humana nos lleva a hacer del mundo nuestra casa más que a salir de casa para dominar el mundo; que una cultura más humana no es una cultura miedosa ni nihilista, sino la que sabe que no hay fuerza más intensa que la que se conjuga con el sentido. En la debilidad, lo humano, la vulnerabilidad …, se siente el pulso de la verdad «.
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