El meu article a Homonosapiens SOBRE LA BELLESA i la reivindicació de
exercitar la contemplació per a poder trencar la uniformitat d'una falsa
bellesa que comprem a cops de talonari. L'enllaç original ho podeu trobar aquí. El text és el següent:
Theodor Adorno inicia su obra la Teoría Estética
de este modo: “Ha llegado a ser evidente que nada referente al arte es
evidente: ni en él mismo, ni en su relación con la totalidad, ni
siquiera en su derecho a la existencia”. A partir de sus palabras
-aunque hayan pasado 50 años desde su publicación- se puede poner en
contexto el concepto de belleza en la actualidad. Es cierto que la
belleza, siguiendo la crítica de Adorno al arte, se ha visto desvirtuada
-no tan sólo en el ámbito artístico- por parámetros capitalistas,
perdiendo su autonomía para convertirse en mercancía y, también resulta
evidente, que su propia rentabilidad pone en peligro hasta su propia
existencia. Además, la experiencia y el anhelo de contemplar la belleza
en sí misma también se ha visto alterada -por no decir que está en
peligro de extinción-, puesto que se hace menos frecuente aquella
experiencia a través de la cual entramos en contacto con una dimensión
esencial y profunda de nuestro ser. La belleza, por tanto, en muchos
casos, ha dejado de ser bella porque sigue una finalidad, sea la de
producir dinero o la de complacer a otros, no por quienes somos sino más
bien por lo que deberíamos ser. Esto viene determinado en muchas
ocasiones por las empresas y el mercado. Nos volvemos con ello
heterónomos, es decir dependientes de una marca y de una imagen, que no
son más que un débil reflejo, una imagen esperpéntica de la belleza -de
la no belleza-, que nos convierte en esclavos de apariencias que nos alejan de nuestra identidad.
En esta idea de belleza vacía de belleza -que es
superficial, estéril y heterónoma- devenimos sujetos pasivos, faltos de
libertad y poco creativos. Buscamos con ansiedad poseer y retener la
belleza a golpe de talonario, sin comprender que ya somos belleza esencialmente.
No hay nada más ilusorio que pensar que podemos comprar la belleza,
cuando lo que en realidad nos sucede es que estamos atados de manos y
pies, en una caverna al modo platónico, sin poder ver que la auténtica
belleza reside en nosotros mismos. De este modo, vivimos en continua
guerra contra el tiempo porque no queremos que se desvanezca la belleza
de nuestra juventud, ni que se marchiten las flores de nuestro jarrón,
cuando es precisamente en ese transcurrir del tiempo donde se halla el
misterio de la existencia y su belleza. La auténtica belleza es
atemporal y, en su misma contemplación vivimos en el instante esa
experiencia sublime de que podemos existir más allá de la temporalidad: tenemos la impresión de que el mundo se ha detenido y de que se ha borrado toda separación entre yo y el mundo.
Frente a una belleza enlatada y producida en serie, la filosofía reivindica la experiencia contemplativa de la belleza,
que remite a una experiencia del SER, que resulta ser transformadora
porque nos abre al mundo desde un sentir que emerge de nuestra
interioridad más profunda y radical. Supone, pues, un antídoto y un acto
revolucionario porque implica una pausa o una acción de detenerse ante
la aceleración del tiempo que no para de correr. La contemplación nos
lleva a otro lugar porque nos conecta con lo que ya somos: la belleza de
nuestro ser es la belleza que hace bellas a las cosas bellas. Pero,
veamos, un poco más en detalle lo que se entiende por contemplación. El
término contemplación proviene del vocablo latino contemplatio, que deriva de contemplum,
una plataforma situada delante de los templos paganos, desde la cual
los servidores del culto escrutaban el firmamento para conocer los
designios de los dioses. De contemplum procede asimismo el término latino contemplari: «mirar lejos» y fue utilizado en la antigüedad para traducir la palabra griega theoría, «contemplación». Contemplar es, pues, una experiencia del Ser que implica una mirada atenta, profunda y detenida sin juicio. Mónica Cavallé
nos clarifica esta idea a través de las siguientes palabras: “La
contemplación era, además, un conocimiento experiencial: conocer el Ser
era ser el Ser. Contemplar era tornarse uno con lo contemplado”. En el
tema que nos ocupa, la contemplación de la belleza es una experiencia
que aspira a la “visión” y el contacto con la belleza, una vivencia en
la que subyace una capacidad para ser conmovidos y afectados y, que
posibilita una modificación de nivel de conciencia y de transformación.
Cabe subrayar que esta concepción de vida contemplativa queda
paulatinamente relegada por una concepción de la filosofía entendida
como discurso teórico fruto de una actividad estrictamente intelectual.
Hecho que comporta un empobrecimiento y alejamiento de la experiencia de
ser belleza porque es absolutamente vano intentarlo desde una serie de
teorías o discursos, ni tampoco desde los distintos estándares
fabricados que la sociedad de consumo nos ofrece. En sus palabras, en El arte de Ser, Mónica Cavallé lo expresa de la siguiente manera:
“De modo que, si bien la cultura dota en cierta medida de contenido a estas nociones, no es la cultura la que crea en nosotros la aspiración al bien, a la belleza o la verdad, ni la capacidad de conmovernos ante un acto bueno, ante una realidad bella, ante la congruencia inapelable de la verdad. Paradójicamente, al tratarse de una luz que es siempre más originaria que cualquier contenido de conciencia particular, es un criterio que no se puede aferrar, compendiarse en una serie de juicios. Lo que nos pone directamente en contacto con la dimensión más profunda y significativa de lo real no son los procesos ni los contenidos mentales, tampoco las emociones (que son ecos de los movimientos mentales), sino un sentir que es algo así como el tacto, el gusto o la vista de lo profundo en nosotros”.
En este sentido también encontramos en Byung-Chul Han en su obra Filosofía del budismo Zen,
en el capítulo donde trata el concepto de vacío en el budismo
encontramos una referencia sugerente de lo que es la contemplación:
«El vacío “vacía” al que mira en lo mirado. Se ejercita un ver que en cierto modo es objetivo, que se hace objeto, un ver “amistoso” que deja ser. Hay que considerar el agua tal como el agua ve agua”. Una contemplación perfecta se produciría por el hecho de quien contempla se hiciera “acuoso”.
También dice:
“El asno ve en las fuentes y las fuentes ven el asno. El pájaro mira la flor y la flor mira al pájaro. Todo esto es la “concentración en el despertar”. La esencia ejerce su fuera esenciante en todo lo presente, y todo ser presente aparece en la esencia una”.
En otra parte del libro expresa:
“Contemplar el paisaje de modo exhaustivo significa hundirse en él apartando la mirada de sí mismo. El que contempla no tiene aquí el paisaje como un objeto que está frente a él. Más bien, el contemplativo se funde con el objeto”.
En esta idea de tornarse uno con lo contemplado y de
fundirse con el objeto, subyace la idea de que la belleza que reside en
todos los cuerpos es una e idéntica. Aquí en este punto resulta
necesario hacer una referencia a Platón, cuando expresa
de forma magistral el camino para llegar a la visión de la belleza. Su
definición de belleza radica en mostrar que la belleza es el resplandor
de la idea en la cosa. Es «presencia», aparecer de la presencia misma
de la idea en la cosa misma. Las cosas son bellas porque nos
transportan fuera de lo inmediato y material, a través de ese resplandor
de la idea en lo material. A través de ese impulso de deseo de lo bello
(Eros) ascendemos desde las cosas materiales hasta la
idea misma de belleza, por lo que se hace visible a los ojos del alma.
En su obra El Banquete muestra esta idea:
“En efecto, si es preciso buscar la belleza en general, sería una gran locura no creer que la belleza, que reside en todos los cuerpos, es una e idéntica. Una vez penetrado de este pensamiento, nuestro hombre debe mostrarse amante de todos los cuerpos bellos, y despojarse, como de una despreciable pequeñez, de toda pasión que se reconcentre sobre uno sólo. […] Siguiendo así, se verá necesariamente conducido a contemplar la belleza que se encuentra en las acciones de los hombres y en las leyes, a ver que esta belleza por todas partes es idéntica a sí misma, y hacer por consiguiente poco caso de la belleza corporal. De las acciones de los hombres deberá pasar a las ciencias para contemplar en ellas la belleza; y entonces, teniendo una idea más amplia de lo bello, no se verá encadenado como un esclavo en el estrecho amor de la belleza de un joven, de un hombre o de una sola acción, sino que lanzado en el océano de la belleza, y extendiendo sus miradas sobre este espectáculo, producirá con inagotable fecundidad los discursos y pensamientos más grandes de la filosofía, hasta que, asegurado y engrandecido su espíritu por esta sublime contemplación, sólo perciba una ciencia, la de lo bello. «
Para acabar, cabe decir que la contemplación se puede cultivar a través de la práctica.
Es tan sólo a través de una experiencia que ejercitamos de forma
continua cuando puede transformarse una mirada atrapada en la prisión egótica,
a una mirada más lúcida, profunda y fecunda. Platón acaba de darnos
algunas indicaciones de cómo, siguiendo el anhelo y amor que reside en
nosotros mismos de aspiración de la belleza y, también, a través de la
contemplación, podemos “engrandecer nuestro espíritu”, elevarnos hacia
el pensamiento puro y amor de la belleza y la verdad. Añado, de la mano
de Consuelo Martín, unas indicaciones, que en la línea
de Platón, añaden un matiz, quizás más práctico y accesible para
iniciarse en una vida contemplativa. Os dejo, pues, con sus palabras y
con todo mi deseo de que puedan servir para este fin:
“La contemplación implica desdibujar y volver a dibujar de nuevo una realidad, que ya no busca fuera de nosotros lo que ya somos, sino que implica ser a la vez lo contemplado, que es lo que profundamente somos. Cuando reconoces la belleza en una flor sumérgete en la belleza misma. Desde el objeto donde la has reconocido por tu sensibilidad, gírate hacia la belleza misma y quédate en ese estado. Sólo queda esa hermosura que es el reflejo de lo divino en lo manifestado. El reflejo que te lleva al origen. Tú no eres alguien que añora la belleza de una flor. Eres belleza. Contempla esa belleza que eres. Contempla la perfección que añoras. No intentes atraparla. Sólo dedícate a contemplarla”.
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